Hace unos meses compartí un relato de parto que me llegó en forma de carta y que pensé que podía ayudar a muchas de vosotras (podéis leerlo aquí).
En esta ocasión os traigo el relato de parto de una seguidora. Nes me comentó, semanas antes del nacimiento de su hija, que su bebé venía de nalgas y hablamos sobre cómo podría ser el parto, si se planteaba intentar un parto natural o directamente iría a cesárea, cómo se sentía…
Nos os voy a desvelar lo que sucedió finalmente, pero lo que sí os digo es que la confianza depositada en el equipo médico y toda la información con la que contaba, le hicieron sentirse segura y que, al fin de cuentas, todo saliese genial.
¡Muchas gracias por dejarme contar tu historia! Os dejo con ella…
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Rompí aguas de madrugada; claras y sin contracciones. Fui al hospital sin demora, tal y cómo me habían dicho. Al llegar comprobaron que cumplía los criterios para intentar un parto de nalgas: peso del bebé, la posición de la cabeza, nalgas puras… así que sólo tocaba esperar a que se activara el parto (Covid negativa).

A las 5 de la tarde seguía inactiva. Me propusieron prostaglandinas, acepté y a la media hora ya esaba con contracciones, cada vez más fuertes y seguidas (no se parecían en nada a las de mi primer parto natural y sin epidural). A las 2 horas sacaron las prostaglandinas porque vieron algo en el registro cardiaco de la bebe y mi pareja pidió un tacto porque pensó que había hecho mucho trabajo y me animaría; ¡en efecto! ¡ya estaba dilatada de 6 cm!. La matrona me dijo que era un buen momento para poner la epidural y acepté encantada (me hubiera vendido el alma al diablo); no conseguía relajarme entre contracciones, ya había vomitado 3 veces y no entendía porque no fluía (ahora tengo claro que eran porque eran inducidas), además, el estar monitorizada no me ayudaba.
En lo que tardaron en poner la walking epidural (10-12 contracciones, durante las cuales la comadrona me abrazaba para aguantar inmóvil -¡sin ella no hubiera podido aguantar ni una! Qué angel…-) ya estaba dilatada de 10cm y con ganas locas de empujar; casi no me dio tiempo a que hiciera efecto.
Me llevaron rápido al paritorio y pase de querer morder a mi pareja a una extraña sensación de felicidad y tranquilidad…

Cuando me dí cuenta, estaba rodeada de un montón de personas vestidas de verde: dos gines, dos comadronas, una pediatra, la anestesista y alguna enfermera más… Menos mal que me habían avisado que el protocolo lo exigía y yo estaba tranquila.
Me pusieron la camilla casi vertical, con reposapiés y asas para las manos; pedí el espejo y me invitaron a empujar. Y puje, vaya que si lo hice: seguido, sin parar ni esperar a la siguiente contracción, siguiendo todas las indicaciones… y noté cómo salía, sin dolor, mientras escuchaba a la matrona que me felicitaba por lo bien que pujaba, el ginecólogo destacaba que tenía un periné de lujo y mi pareja me repetía «¡ya está aquí, ya la veo!». Menos mal porque a esas alturas ya había cerrado los ojos para sentir su llegada al mundo 🙂
Entonces el gine me dijo que parara de empujar, para que salieran los brazos, y le escucho pedir los Fórceps… ¿¿¡¡¡fórceps!!!??? ¡Me habían dicho que en un parto de nalgas no había que tocarlo! y sabía que la salida de la cabeza era el punto delicado…
Curiosamente no tuve miedo, sentí que todo estaba bien, el equipo médico transmitía tranquilidad y serenidad, colocó los fórceps con destreza y salió la cabeza sin dañarme ni un rasguño (no me pusieron ni un punto).

Oí su pequeño llanto, la pediatra la revisó con la comadrona y el padre al lado y enseguida la trajeron conmigo. Podría decir que lo único que no me gustó del parto es que cortaron el cordón sin esperar a que dejara de latir – por querer revisar que todo estaba bien-, lo entiendo, pero yo sabía que todo estaba bien: Apgar 9-10-10.
Alumbré la placenta rápidamente, y pedí al gine que me la mostrara. Me levanté para que pudieran limpiar todo el meconio que había salido durante el parto y ya pudimos disfrutar de nuestra bebé. En aquel momento nos sentimos las personas más felices de la tierra.